viernes, 8 de enero de 2016

Des-almados

Un acontecimiento extraordinario que sólo me puede pasar a mí, y es que ayer a penas iba de regreso a mi casa después de varios días de ausencia. Decidida a viajar varios minutos a mi hogar con carga que sólo un buey y yo estamos dispuestos a transportar. Todo estaba casi previsto y podría decir que por todos, pero menos por mi. Toda la mañana me sentí muy mal y aún así me arriesgué a la hazaña. Tome el primer bus que me dejaría en la central del metro. Designios de destino, buena suerte del primer chofer, que sé yo.. A los 2 minutos de subirme nos pidió que transbordáramos a la unidad de adelante. Al parecer el chofer sabía lo que iba a suceder o sólo una simple casualidad a beneficio suyo, o tal vez los ángeles se pusieron de su lado dándome la espalda a mí. Sin más ni menos me subí en el segundo camión, a pesar de mis quejas mentales, hice todo el esfuerzo por mantenerme de pie. Luego de varios segundos y de un esfuerzo de mantenerme de pie, le pedí el asiento al señor que estaba enfrente de mi porque tenia ganas de vomitar. El señor con una gran sonrisa me cedió su lugar. Me recosté sobre mi bulto de ropa y mi gran mochila negra cuando comencé a sentirme con ganas de eructar. Comencé a vomitar, primero poco líquido, después más y más hasta dejar un charco de secreciones estomacales. Todos a mí alrededor me ignoraron como sí no estuviera pasando nada. Mis ojos llenos de lágrimas comenzaron a buscar a alguien que se compadeciera de mi y que pudiera regalarme un poco de papel. Tristemente sólo vi miradas castigadoras, llenas de asco y repulsión. Llegó el momento de bajar y le hice saber al conductor de la unidad que había vomitado.
Ninguna persona se me acercó para preguntarme si estaba bien o sí necesitaba algo. No sentí nada de ayuda de la gente y me sentí como un vagabundo que se queda tirado viendo como pasa el mundo. 

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